jueves, 10 de diciembre de 2009

¿Qué intereses se esconden tras la teoría del calentamiento global?


La teoría del calentamiento global, que ha tenido en el criminal de guerra, Al Gore, a su más importante “apóstol mediático”, y en la asamblea de multimillonarios, conocida con el nombre del club de Roma, a su principal fuente de financiación, se desploma tras el escándalo “Climagate”.

Los emails y documentos hackeados y filtrados a la prensa, en los que, científicos pertenecientes al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) reconocían haber manipulado los datos sobre el clima global, para ocultar el descenso de las temperaturas, en los últimos tiempos, y dar la impresión contraria (es decir, que habían aumentado) han servido (cuanto menos) para sembrar la duda, entre millones de personas en todo el mundo, sobre la (hasta ahora incuestionable) teoría del calentamiento global.

Una teoría convertida en dogma por el poder, al eludir el más elemental debate científico, estigmatizando a quienes osaran contradecirla, sin tener en cuenta los muchos datos científicos aportados por éstos. Una actitud muy útil en política, pero especialmente pernicioso en el ámbito del conocimiento.

Pero ¿qué se esconde tras este gran fraude? ¿qué objetivos pretendían y pretenden conseguir los teóricos del calentamiento global?

Como tantas otras mentiras del poder (SIDA, terrorismo, gripe porcina, etc.), el objetivo de la teoría del calentamiento global es aumentar el grado de explotación y esclavitud de la humanidad, mediante la más útil herramienta de control social: el miedo.

Su estrategia es sencilla, primero se siembra el terror entre la población, anunciando la proximidad de un temible “apocalipsis climático”, y después se imponen las medidas (que consideran adecuadas) para evitarlo, a unos ciudadanos adecuadamente aleccionados, los cuales aceptarán sin rechistar cualquier medida que sus gobiernos les propongan, con tal de evitar ese imaginario “armagedón”.

Unas medidas propias de una dictadura global, al arrogarse el derecho absoluto para decidir sobre qué y cuánto puede producir cada estado, impidiendo de esta forma a los pueblos decidir sobre su futuro.

India, Rusia o China han sido los que con mayor fuerza han denunciado esta especie de nuevo imperialismo medioambiental, cuyo principal objetivo es frenar las economías en desarrollo de los países emergentes e impedir que otros puedan llegar a desarrollarse, protegiendo así la hegemonía económica de los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón.

Otro objetivo no menos importante es el control social total, pues escudándose en una supuesta defensa del planeta, los calentólogos (o negacionistas del descenso de las temperaturas) se otorgan el privilegio de legislar sobre absolutamente todos los hábitos de nuestra vida, incluyendo nuestra actividad sexual, pues, en más de una ocasión, los teóricos del calentamiento global, como el despreciable David Rockefeller o el infame Rodrigo Rato, han propuesto, sin ningún tipo de reparos, un mayor control de la natalidad, al asociar el supuesto aumento de las temperaturas del planeta con los altos índices de población, un control que, curiosamente, circunscriben a los países que constituyen las mayores fuentes de materias primas, para las potencias capitalistas, es decir, Asia, África y América Latina y donde el más ligero aumento de su población supondría una limitación o un recorte del expolio que, durante siglos, viene llevando a cabo el gran capital.

Es innegable que el sistema de producción capitalista es el responsable de la degradación de nuestro medio ambiente y, por ende, de nuestra salud (epidemia de cáncer, aumento de enfermedades respiratorias y coronarias). El capitalismo ha envenenado el aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que comemos; unos problemas ocultados y minimizados por la alarmista y mediática teoría del calentamiento global, al situar por delante de aquéllos y como principal asunto a resolver, el supuesto aumento de las temperaturas. Un problema que, debido a su inexistencia, nunca tendrá solución, y que, por lo tanto, impedirá abordar los auténticos problemas medioambientales y sociales a los que se enfrenta la humanidad.

Por otro lado, y no menos importante, está el negocio de la compra-venta de bonos de carbono que mueve cantidades astronómicas de dinero: “el mercado de carbono podría llegar a ser el doble del tamaño del mercado del petróleo, de acuerdo a la nueva generación de jugadores de la City (el Wall Street de Londres) que comercian con las emisiones de gases de efecto invernadero, mediante el régimen de comercio de emisiones de la UE“. (Terry Macalister, Carbon trading could be worth twice that of oil in next decade, The Guardian, 28 November 2009)

Al situar las emisiones de CO2 como único culpable del supuesto cambio climático, los teóricos del calentamiento global lograron que su sistema de los bonos de carbono fuera aprobado y adoptado por las grandes instituciones políticas internacionales, con el objetivo de frenar y limitar dichas emisiones, pero en lugar de esto, lo que han conseguido ha sido crear un gigantesco negocio especulativo, entorno a dichos bonos, controlado y dirigido por las grandes entidades financieras, que hace aún más dependientes a los países pobres de los países ricos.

Vía: Antimperialista


1 comentario:

  1. "Otro objetivo no menos importante es el control social total, pues escudándose en una supuesta defensa del planeta, los calentólogos (o negacionistas del descenso de las temperaturas) se otorgan el privilegio de legislar sobre absolutamente todos los hábitos de nuestra vida, incluyendo nuestra actividad sexual"

    Eso es exactamente lo mismo que promueve el comunismo que defiendes. En fin, hay que ver que eres ignorante.

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