domingo, 27 de diciembre de 2009

Retrospectiva - JFK y aquello de lo que no se habla: El porqué de su muerte y el porqué de su importancia

dward Curtin
Global Research / SoTT.net
Traducción El Averiguador y Señales de los Tiempos
28/11/09


© Desconocido


Revisión del libro de James Douglass

A pesar de la invaluable información nueva que ha surgido en los últimos cuarenta y seis años, hay mucha gente que todavía cree que quién y porqué asesinaron al presidente John Fitzgerald Kennedy son preguntas que no se pueden responder. Hay otros que se aferran a la explicación del ‘loco solitario’ de Lee Harvey Oswald provista por la Comisión Warren. Sin embargo, ambos grupos coinciden en que cualquiera sea la verdad, no reviste importancia contemporánea y que son historias de personas obsesionadas con las conspiraciones que no tienen nada mejor que hacer. El pensamiento general es que el asesinato ocurrió hace casi medio siglo, y que por lo tanto hay que seguir adelante.

Nada puede estar más lejos de la verdad, como lo demuestra James Douglass en su extraordinario libro, JFK y aquello de lo que no se habla: Porqué murió y porqué importa (Orbis Books, 2008). Claramente uno de los mejores libros escritos sobre el asesinato de Kennedy y es merecedor de una gran cantidad de lectores. Tiene como objetivo hervir el agua de la complacencia que ha sumergido a la verdad sobre este evento clave en la historia moderna americana.

No es habitual que la intersección de la historia y los eventos contemporáneos propongan una lección tan asombrosa y escalofriante como la contemplación del asesinato de JFK el 22 de noviembre de 1963, yuxtapuesto con las situaciones encaradas por el presidente Obama hoy en día. Por el momento, y como mínimo, el comportamiento de Obama ha imitado al de Johnson, no el de Kennedy, teniendo en cuenta que ha escalado la guerra en Afganistán con 34.000. Uno no puede evitar pensar que el pensamiento del destino de JKF no debe estar alejado de su mente mientras contempla su próximo movimiento en Afganistán.

Douglass presenta el muy convincente argumento que Kennedy fue asesinado por fuerzas “de las que no se habla” (según terminología de Thomas Merton) dentro del estado de seguridad nacional norteamericano debido a su transformación de un frío guerrero a un hombre de paz. Señala, utilizando gran cantidad de nueva información descubierta, que JFK se había convertido en una gran amenaza para el prometedor complejo militar industrial y tuvo que ser eliminado mediante una conspiración planificada por la CIA – “las huellas de la CIA están por todo el crimen y en los eventos que llevaron al mismo” – y no por un loco, o la Mafia, o disgustados cubanos anti-castristas, aunque algunos de ellos podrían haber sido utilizados en la ejecución del complot.

¿Por qué y por quíenes? Estas son las preguntas importantes. Sí, puede demostrarse que Kennedy, de hecho, se alejó enfáticamente de la guerra como solución a los conflictos políticos; que, de hecho, mientras era presionado por sus asesores militares y de inteligencia para que suba la apuesta y utilice la violencia, rechazó tal consejo y se volvió hacia soluciones pacíficas, entonces, de esta manera, se establece un motivo para su eliminación. Es más, si se demuestra claramente que Oswald fue un bufón en un juego mortal y que las fuerzas dentro del aparato militar/inteligencia estuvieron involucradas con él de principio a fin, entonces el crimen está resuelto, no al apuntar a un individuo a quien le hayan podido dar la orden del asesinato o que haya jalado el gatillo, sino demostrando que la coordinación del asesinato tuvo que involucrar a agencias de inteligencia norteamericanas, principalmente la CIA. Douglass hace ambas cosas, proveyendo evidencia altamente detallada y con intrincadas conexiones basadas en su propia investigación y en una amplia colección de los mejores estudios.

Nos enfrentamos entonces a la relevancia contemporánea, y desde que sabemos que todo presidente, después de JFK, se ha negado a confrontar el crecimiento del estado de seguridad nacional y su llamado a la violencia, uno puede asumir lógicamente que se ha enviado un mensaje y se ha prestado atención. Con respecto a esto, no es accidental que el antiguo analista, Raymond McGovern, quien trabajó 27 años en la CIA, haya advertido en una reciente entrevista acerca de “dos CIA’s”, siendo una el brazo analítico que provee información al presidente, la otra el brazo de acción encubierta que opera según sus propias reglas. “Te dejaré con esta idea”, dijo al entrevistador, “y es que creo que Panetta (actual director de la CIA), y en cierto grado Obama, tienen miedo – Nunca pensé que me iba a escuchar diciendo esto – Creo que le tienen miedo a la CIA”. Luego recomendó el libro de Douglass, “Está muy bien investigado y su conclusión es muy alarmante”.

Veamos la historia reunida por Douglass para apoyar su tesis.

Primero, Kennedy, quien asumió en enero de 1961 como algo similar a un "Frío Guerrero", fue rápidamente obligado por la CIA a atribuirse la culpa por la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba en abril de 1961. La CIA y generales querían derrocar a Castro, y en búsqueda de ese objetivo, entrenaron una fuerza de exiliados cubanos para invadir Cuba. Kennedy se negó a seguir los planes y la invasión fracasó rotundamente. La CIA, el ejército, y los exiliados cubanos culparon abiertamente a Kennedy. Pero fue todo una fachada.

Aunque Douglass no lo menciona, y pocos americanos lo saben, documentos desclasificados en el año 2000 revelaron que la CIA había descubierto que los soviéticos se habían enterado de la invasión una semana antes e informaron a Castro, pero – y aquí tenemos un impresionante hecho que debería poner los pelos de punta – nunca le dijeron al presidente. La CIA sabía que la invasión estaba condenada al fracaso antes de suceder pero de todas maneras siguieron adelante. ¿Por qué? Para que luego pudieran culpar a JFK por el fracaso.

Esta traición fue el puntapié inicial para los eventos por venir. Por su parte, presintiendo pero sin saber todos los detalles del plan, Kennedy echo al director de la CIA Allen Dulles (como si fuera una broma pesada, luego fue nombrado en la Comisión Warren) y a su asistente, el General Charles Cabell (cuyo hermano Earle Cabell, convirtiendo a la broma pesada ya en algo absurdo, era el alcalde de Dallas el día que Kennedy fue asesinado) y dijo que quería “destruir a la CIA en mil pedazos y arrojarlos al viento”. No le guardaba sentimientos de cariño a un gobierno secreto dentro de un gobierno cuyo poder crecía exponencialmente.

El escenario estaba listo para los próximos eventos a medida que JFK, en oposición a casi todos sus asesores, se oponía consistentemente al uso de la fuerza en la política exterior norteamericana.

En 1961, a pesar de la demanda de la Junta de Jefes de enviar soldados a Laos, Kennedy se opuso abiertamente ordenando a Averell Harriman, su representante en la Conferencia de Ginebra, “¿Has entendido? Quiero una solución negociada en Laos. No quiero meter soldados allí”.

También en 1961, se negó a ceder ante la insistencia de sus principales generales de darles permiso para utilizar armas nucleares en Berlín y en el sudeste asiático. Saliendo de una reunión con sus más importantes asesores militares, Kennedy alzó sus manos al aire y dijo, “Esta gente está loca”.

Se negó a bombardear e invadir Cuba como los militares hubiesen querido durante la crisis de los misiles cubanos en 1962. Después dijo a su amigo John Kenneth Galbraith “Nunca tuve la menor intención de hacerlo”.

Luego, en junio de 1963, brindó un increíble discurso en la Universidad Americana en donde pidió por la total abolición de las armas nucleares, el fin de la Guerra Fría y la “Paz Estadounidense aplicada sobre el mundo por armas de guerra americanas”, y el movimiento hacia “el desarme general y completo”.

Pocos meses después firmó un Acuerdo de Prohibición de Pruebas con Nikita Khrushchev.

En octubre de 1963 firmó el Memorando 263 de Acción de Seguridad Nacional solicitando el regreso de 1.000 soldados norteamericanos de Vietnam para fines de año, y la retirada completa para fines de 1965.

Todo esto lo hizo mientras negociaba en secreto con Khrushchev a través de la KGB, Norman Cousins, y el Papa Juan XXIII, y con Castro a través de varios intermediarios, uno de los cuales era el periodista francés Jean Daniel. En una entrevista con Daniel el 24 de octubre de 1963 Kennedy dijo, “He aprobado la proclama que Fidel Castro hizo en Sierra Maestra, cuando con justificación llamó a la justicia y especialmente anhelaba librar a Cuba de la corrupción. Iré aún más allá: en cierto sentido fue como si Batista fuera la reencarnación de un número de pecados por parte de EEUU. Ahora nosotros tendremos que pagar por tales pecados. En la cuestión del régimen de Batista, estoy de acuerdo con los primeros revolucionarios cubanos. Eso está perfectamente claro”. Semejantes sentimientos eran una abominación, y una traición, para la CIA y para los principales generales.

Estas claras negaciones de ir a la guerra y su decisión de involucrarse en comunicaciones privadas, y por detrás, con enemigos de la Guerra Fría, marcó a Kennedy como enemigo del estado de seguridad nacional. Estaban camino a chocar. Según Douglass, y otros han señalado, cada movimiento que Kennedy hacía era anti-guerra. Esto, según Douglass, era porque JFK, un héroe de guerra, había quedado profundamente afectado por el horror de la guerra y estaba severamente conmovido por que tan cerca había estado el mundo de su destrucción durante la crisis de los misiles cubanos. A lo largo de su vida había sido tocado por la muerte y había llegado a apreciar la fragilidad de la vida. Una vez en la presidencia, Kennedy atravesó una profunda metanoia, una transformación espiritual, de Frío Guerrero a pacifista. Llegó a ver a los generales que lo asesoraban como desprovistos del trágico sentido de la vida y empeñados en producir guerras. Y él estaba bien al tanto de que su creciente resistencia a la guerra lo había puesto en un peligroso curso de colisión con esos generales y la CIA. En numerosas ocasiones habló de la posibilidad de un golpe militar en su contra. La noche anterior a su viaje a Dallas, le dijo a su mujer, “Pero, Jackie, si alguien quiere dispararme desde una ventana con un rifle, nadie puede detenerlo, así que no hay que preocuparse por ello”. Y sabemos que nadie intentó detenerlo porque ya estaba planeado.

¿Pero quién lo asesinó?

Douglass presenta una formidable cantidad de evidencia, alguna antigua y alguna nueva, en contra de la CIA y de las agencias de acción encubiertas dentro del estado de seguridad nacional, y lo hace de una manera tan lógica y persuasiva que cualquier lector promedio no puede evitar reconsiderar; sorprendente, realmente. Y conecta esta evidencia directamente con las acciones de JFK en nombre de la paz.

Él sabe, sin embargo, que para convencer verdaderamente debe romper una “conspiración de silencio que involucraría a nuestro gobierno, nuestros medios, nuestras instituciones académicas y virtualmente toda nuestra sociedad desde el 22 de noviembre de 1963, hasta el presente”. Esto “de lo que no se habla”, esta hipnótica “negación colectiva de lo obvio”, es sostenido por los medios masivos cuyo repetitivo mensaje es que la verdad de semejantes eventos está más allá de nuestra comprensión, y que deberemos beber de las aguas de la incertidumbre por siempre. Aquellos que no se conforman con ello, son relegados al estatus de lunáticos de la conspiración.

El temor y la incertidumbre bloquean una verdadera evaluación del asesinato – eso y además la idea de que ya no importa.

Sí importa. Ya que sabemos que ningún presidente desde JFK se ha atrevido a resistirse al complejo militar-inteligencia-industrial. Sabemos que una Paz Estadounidense ha diseminado sus tentáculos en todo el mundo con el ejército norteamericano en más de 130 países con 750 bases. Sabemos que la cantidad de sangre y dinero despilfarradas en guerras y preparaciones para las guerras han aumentado astronómicamente.

Se saben muchas cosas e incluso muchas más sobre las que no queremos saber, o al menos, investigar.

Si Lee Harvey Oswald estaba relacionado con la comunidad de inteligencia, el FBI y la CIA, entonces podemos concluir lógicamente que no era un ‘solitario y desequilibrado’ asesino. Douglass presenta gran cantidad de evidencia para demostrar de qué manera desde un principio Oswald fue movilizado por el mundo como peón de un juego, y cuando el juego terminó, el peón fue eliminado en los cuarteles de la policía de Dallas.

Investigando el camino de Oswald, Douglass se hace la siguiente pregunta: “¿Por qué Lee Harvey Oswald era tan tolerado y apoyado por el gobierno al que había traicionado?”.

Luego de servir como Marine del avión espía U2 de la CIA en una base de Japón y con una credencial de acceso Crypto (más elevada que una top secret, y un hecho ignorado por la Comisión Warren), Oswald abandonó el cuerpo de Marines y desertó huyendo a la Unión Soviética. Luego de denunciar a EEUU, trabajando en una fábrica soviética en Minsk, y casarse con una mujer rusa – momento en el cual un avión espía U2 es derribado en la Unión Soviética – regresó a EEUU con un préstamo de la embajada norteamericana en Moscú, solo para reunirse en el puerto de Hoboken, Nueva Jersey, con un hombre, Spas T. Raikin, un prominente anticomunista con extensas conexiones de inteligencia, recomendado por el Departamento de Estado.

Pasó por inmigraciones sin inconvenientes, no fue perseguido, se mudó a Fort Worth, Texas donde, por sugerencia del jefe del Servicio de Contactos Locales de la CIA en Dallas, se reunió y recibió informes por parte de George de Mohrenschildt, un ruso anticomunista, un talento de la CIA. De Mohrenschildt le consiguió un trabajo cuatro días después en una empresa de artes gráficas que hacía mapas para el Servicio de Mapas del Ejército Norteamericano relacionados con las misiones espías del U2 sobre Cuba.

Entonces Mohrenschildt paseó a Oswald alrededor del área de Dallas, quien en 1977, el mismo día que reveló haber contactado a Oswald para la CIA, y el mismo día que iba a reunirse con Gaeton Fonzi, del Comité de Asesinatos de la Cámara de Representantes, supuestamente se suicidó.

Oswald, entonces, se mudó a Nueva Orleáns en abril de 1963 donde consiguió trabajo en la Compañía Reilly Coffee, propiedad de William Reilly, afiliado a la CIA. La Compañía Reilly Coffee estaba ubicada próxima a las oficinas del FBI, CIA, Servicio Secreto y de la Oficina de Inteligencia Naval y a tiro de piedra de la oficina de Guy Bannister, un ex agente del FBI, quien trabajó como coordinador de acción encubierta para los servicios de inteligencia, suministrando y entrenando a paramilitares anti-castristas con el objetivo de atrapar a Kennedy. Oswald fue a trabajar con Bannister y los paramilitares de la CIA.

Durante este tiempo y hasta el asesinato, Oswald trabajaba para el FBI, recibiendo $200 mensuales. Este asombroso hecho fue ignorado por la Comisión Warren aunque inclusive fue declarado por el propio miembro del consejo general de la Comisión, J. Lee Rankin en un encuentro a puertas cerradas el 27 de enero de 1964. El encuentro había sido declarado como “top secret” y su contenido solo fue expuesto diez años después gracias a una extensa batalla legal por parte del investigador Harold Weisberg. Douglass señala que Oswald “parecía haber trabajado con la CIA y el FBI”, como agente provocador de la primera y como informante del segundo. Jim y Elsie Wilcott, que trabajaron en la Estación Tokio de la CIA entre 1960-64, en una entrevista del año 1978 con el San Francisco Chronicle, dijeron, “Era de conocimiento común en la estación Tokio de la CIA que Oswald trabajaba para la agencia”.

Cuando Oswald se mudó a Nueva Orleáns en abril de 1963, de Mohrenschildt desapareció del mapa, habiendo solicitado a la CIA, y esta entregándole indirectamente un contrato por $285.000 para realizar un estudio geológico para el dictador haitiano "Papa Doc" Duvalier, que nunca llegó a realizar, pero por el cual recibió el dinero. Entonces Ruth y Michael Paine ingresaron a escena justo a tiempo. Douglass, de forma extraordinaria, traza sus conexiones con la inteligencia. Ruth fue luego la jefa de testigos de la Comisión Warren. Había sido presentada a Oswald por de Mohrenschildt. En septiembre de 1963, Ruth Paine manejó desde la casa de su hermana en Virginia hasta Nueva Orleáns para buscar a Marina Oswald y llevarla a su casa en Dallas a vivir con ella. Treinta años después del asesinato, se desclasificó un documento demostrando que la hermana de Paine, Sylvia, trabajaba para la CIA. Su padre viajó por Latinoamérica gracias a un contrato de la Agencia de Desarrollo Internacional (famosa fachada de las actividades de la CIA) y completó informes enviados a la CIA. El padrastro de su marido Michael, Arthur Young, fue el inventor del helicóptero Bell y el trabajo de Michael allí le hizo obtener una autorización de seguridad. Su madre estaba relacionada con la familia Forbes de Boston y su amiga de toda la vida, Mary Bancroft, trabajó como espía en la Segunda Guerra Mundial con Allen Dulles y era su amante. Tiempo después, Dulles cuestionó a los Paines frente a la Comisión Warren, evitando meticulosamente ciertas preguntas reveladoras. De regreso en Dallas, Ruth Paine convenientemente consiguió a Oswald un trabajo en el Texas Book Depository donde comenzó a trabajar el 16 de octubre de 1963.

Desde fines de septiembre hasta el 22 de noviembre, varios Oswalds fueron vistos simultáneamente, según los informes, desde Dallas a Ciudad de México. Dos Oswalds fueron arrestados en el Teatro de Texas, al verdadero lo sacaron por la puerta delantera y al impostor por la puerta trasera. Según dice Douglass, “Había más Oswalds proveyendo evidencia en contra de Lee Harvey Oswald de lo que el Informe Warren podía utilizar o explicar”. Incluso J. Edgar Hoover sabía que utilizaron impostores de Oswald, al expresarle sus preocupaciones a LBJ acerca de la supuesta visita de Oswald a la embajada soviética en Ciudad de México. Luego denominó a este complot de la CIA, “la falsa historia del viaje de Oswald a México...su doble trato de la CIA”, algo que no pudo olvidar. En las sombras y en elevados niveles, era aparente que se estaba jugando un juego muy intrincado y mortal.

Sabemos que Oswald fue culpado por el asesinato del presidente. Pero si uno sigue correctamente el camino del crimen se vuelve alarmantemente obvio que hubo fuerzas del gobierno involucradas. Douglass suma capa sobre capa de evidencia para demostrar cómo fue que sucedió esto. Oswald, la mafia, y cubanos anti-castristas no pudieron haber evitado la mayor parte del operativo de seguridad aquel día. El Sheriff Bill Decker retiró toda la protección policial. El Servicio Secreto retiró la escolta policial motorizada de los costados del auto presidencial donde habían estado el día anterior en Houston; sacó a agentes de la parte trasera del auto donde normalmente se ubicaban para obstruir disparos de armas de fuego. Aprobaron la histórica curva cerrada (en un ensayo el 18 de noviembre) donde el auto casi de detenía por completo en una clara violación de la seguridad. Fue el mismo Comité de Asesinatos de la Cámara de Representantes quien llegó a esta conclusión, y no un maniático de las conspiraciones.

¿Quién pudo haber silenciado el testimonio de todos los doctores y personal médico que afirmaban que al presidente le habían disparado de frente a su cuello y cabeza, testimonio que contradice la historia oficial? ¿Quién pudo haber perseguido y encarcelado a Abraham Bolden, el primer agente secreto afro-americano llevado personalmente a la Casa Blanca por JFK, quien advirtió que temía que fueran a asesinar al presidente? (Douglass entrevistó a Bolden siete veces y su evidencia del complot abortado para asesinar a JFK en Chicago el 2 de noviembre – una historia poco conocida pero extraordinaria en sus implicaciones – es fascinante.) La lista de todas las personas que resultaron muertas, la evidencia y eventos manipulados, la investigación silenciada, distorsionada, y desviada en un encubrimiento ex post facto – claramente apunta a fuerzas dentro del gobierno, y no a simples actores sin apoyo institucional.

La evidencia de una conspiración organizada en los niveles más profundos del aparato de inteligencia es abrumadora. James Douglass la presenta con tal profundidad y tan lógicamente que solo a alguien que no le interesa la verdad no lo conmocionaría y afectaría este libro.

Él lo dice mejor: “La extensión con la que el estado de seguridad nacional fue sistemáticamente reunida para el asesinato del presidente John F. Kennedy nos sigue siendo incomprensible. Cuando vivimos en un sistema, absorbemos y pensamos en un sistema. Carecemos de la independencia necesaria para juzgar el sistema a nuestro alrededor. Así y todo la evidencia que hemos observado apunta a nuestro estado de seguridad nacional, la sistémica burbuja en la que todos vivimos, como fuente del asesinato e inmediato encubrimiento”.

Hablando a sus amigos Dave Powers y Ken O'Donnell acerca de aquellos que planificaron la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba, JFK dijo, “No podían creer que un presidente nuevo como yo no entrara en pánico e intentara salvar su propio trasero (N. del R.:"save his own face"). Bueno, me habían interpretado completamente mal”.

Esperemos tener otro presidente como él, pero uno con un final diferente.

Vía: Señales de los tiempos

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