miércoles, 3 de marzo de 2010

La anexión de Colombia a EEUU, Fidel Castro


Cualquier persona medianamente informada
comprende de inmediato que el edulcorado “Acuerdo
complementario para la Cooperación y Asistencia
Técnica en Defensa y Seguridad entre los gobiernos
de Colombia y Estados Unidos”, firmado el 30 de
octubre y publicado en la tarde del 2 de noviembre,
equivale a la anexión de Colombia a Estados Unidos.
El acuerdo pone en aprietos a teóricos y políticos.
No es honesto guardar silencio ahora y hablar
después sobre soberanía, democracia, derechos
humanos, libertad de opinión y otras delicias, cuando
un país es devorado por el imperio con la misma
facilidad con que un lagarto captura una mosca. Se
trata del pueblo colombiano, abnegado, trabajador y
luchador. Busqué en el largo mamotreto una
justificación digerible, y no vi razón alguna.
En 48 páginas de 21 líneas, cinco se dedican a
filosofar sobre los antecedentes de la vergonzosa
absorción que convierte a Colombia en territorio de
ultramar. Todas se basan en los acuerdos suscritos
con Estados Unidos después del asesinato del
prestigioso líder progresista Jorge Eliécer Gaitán, el 9
de abril de 1948, y la creación de la Organización de
Estados Americanos, el 30 de abril de 1948,
discutida por los Cancilleres del hemisferio, reunidos
en Bogotá bajo la batuta de Estados Unidos los días
trágicos en que la oligarquía colombiana tronchó la
vida de aquel dirigente y desató la lucha armada en
ese país.
El Acuerdo de Asistencia Militar entre la República
de Colombia y los Estados Unidos, en abril de 1952;
el relacionado con “una Misión del Ejército, una Misión
Naval y una Misión Aérea de las Fuerzas Militares de
los Estados Unidos”, suscrito el 7 de octubre de
1974; la Convención de Naciones Unidas contra el
Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias
Psicotrópicas, de 1988; la Convención de Naciones
Unidas contra la Delincuencia Organizada
Transnacional, de 2000; la Resolución 1373 del
Consejo de Seguridad, de 2001, y la Carta
Democrática Interamericana; la de Política de
Defensa y Seguridad Democrática, y otras que se
invocan en el citado documento. Ninguna justifica
convertir un país de 1 141 748 kilómetros
cuadrados, ubicado en el corazón de Suramérica, en
base militar de Estados Unidos. Colombia posee 1,6
veces el territorio de Texas, segundo Estado de la
Unión en extensión territorial, arrebatado a México,
que después sirvió de base para conquistar a sangre
y fuego más de la mitad de ese hermano país.
Por otro lado, han transcurrido ya 59 años desde
que soldados colombianos fueron enviados a la
distante Asia para combatir junto a las tropas yankis
contra chinos y coreanos en octubre de 1950. Lo que
el imperio pretende ahora es enviarlos a luchar contra
sus hermanos venezolanos, ecuatorianos y otros
pueblos bolivarianos y del ALBA, para aplastar la
Revolución Venezolana, como trataron de hacer con
la Revolución Cubana en abril de 1961.
Durante más de un año y medio, antes de la
invasión, el gobierno yanki promovió, armó y utilizó
las bandas contrarrevolucionarias del Escambray,
como hoy utiliza a los paramilitares colombianos
contra Venezuela.
Cuando el ataque de Girón, los B-26 yankis
tripulados por mercenarios operaron desde
Nicaragua, sus aviones de combate eran
transportados hacia la zona de operaciones en un
portaaviones, y los invasores de origen cubano que
desembarcaron en aquel punto venían escoltados por
buques de guerra y la infantería de marina de Estados
Unidos. Hoy sus medios de guerra y sus tropas
estarán en Colombia, no sólo como una amenaza
para Venezuela sino para todos los Estados de Centro
y Suramérica.
Es realmente cínico proclamar que el infame
acuerdo es una necesidad de la lucha contra el tráfico
de drogas y el terrorismo internacional. Cuba ha
demostrado que no se necesitan tropas extranjeras
para evitar el cultivo y el tráfico de drogas y mantener
el orden interno, a pesar de que Estados Unidos, la
potencia más poderosa de la tierra, promovió,
financió y armó durante decenas de años las acciones
terroristas contra la Revolución Cubana.
La paz interna es prerrogativa elemental de cada
Estado; la presencia de tropas yankis en cualquier
país de América Latina con ese propósito es una
descarada intervención extranjera en sus asuntos
internos, que inevitablemente provocará el rechazo
de su población.
La lectura del documento demuestra que no sólo
las bases aéreas colombianas se ponen en manos de
los yankis, sino también los aeropuertos civiles y en
definitiva cualquier instalación útil a sus fuerzas
armadas. El espacio radioeléctrico queda también a
disposición de ese país portador de otra cultura y
otros intereses que nada tienen que ver con los de la
población colombiana.
Las Fuerzas Armadas norteamericanas disfrutarán
de prerrogativas excepcionales.
En cualquier parte de Colombia los ocupantes
pueden cometer delitos contra las familias, los bienes
y las leyes colombianas, sin tener que responder ante
las autoridades del país; a no pocos lugares llevaron
los escándalos y las enfermedades, como hicieron
con la base militar de Palmerola, en Honduras. En
Cuba, cuando visitaban la neocolonia, se sentaron a
horcajadas sobre el cuello de la estatua de José
Martí, en el Parque Central de la Capital. La limitación
relacionada con el número total de soldados puede
ser modificada por solicitud de Estados Unidos, sin
restricción alguna. Los portaaviones y barcos de
guerra que visiten las bases navales concedidas
llevarán cuantos tripulantes requieran, y pueden ser
miles en uno solo de sus grandes portaaviones.
El Acuerdo se extenderá por períodos sucesivos de
10 años, y nadie puede modificarlo sino al final de
cada período, advirtiéndolo un año antes. ¿Qué hará
Estados Unidos si un gobierno como el de Johnson,
Nixon, Reagan, Bush padre o Bush hijo y otros
similares, recibe la solicitud de abandonar Colombia?
Los yankis fueron capaces de derrocar decenas de
gobiernos en nuestro hemisferio. ¿Cuánto duraría un
gobierno en Colombia si anunciara tales propósitos?
Los políticos de América Latina tienen ahora ante sí
un delicado problema: el deber elemental de explicar
sus puntos de vista sobre el documento de anexión.
Comprendo que lo que ocurre en este instante
decisivo de Honduras ocupe la atención de los
medios de divulgación y los Ministros de Relaciones
Exteriores de este hemisferio, pero el gravísimo y
trascendente problema que tiene lugar en Colombia
no puede pasar inadvertido por los gobiernos
latinoamericanos.
No albergo la menor duda sobre la reacción de los
pueblos; sentirán el puñal que se clava en lo más
profundo de sus sentimientos, en especial el de
Colombia: ¡se opondrán, jamás se resignarán a tal
infamia!
El mundo enfrenta hoy graves y urgentes
problemas. El cambio climático amenaza a toda la
humanidad. Líderes de Europa casi imploran de
rodillas algún acuerdo en Copenhague que evite la
catástrofe. Presentan como realidad que en la
Cumbre no se alcanzará el objetivo de un convenio
que reduzca drásticamente la emisión de gases de
efecto invernadero. Prometen proseguir la lucha por
alcanzarlo antes de 2012; existe riesgo real de que
no pueda lograrse antes de que sea demasiado tarde.
Los países del Tercer Mundo reclaman con razón a
los más desarrollados y ricos cientos de miles de
millones de dólares anuales para costear los gastos
de la batalla climática.
¿Tiene algún sentido que el gobierno de Estados
Unidos invierta tiempo y dinero en construir bases
militares en Colombia para imponer a nuestros
pueblos su odiosa tiranía? Por ese camino, si un
desastre amenaza al mundo, un desastre mayor y
más rápido amenaza al imperio, y todo sería
consecuencia del mismo sistema de explotación y
saqueo del planeta.
Fidel Castro Ruz
Noviembre 6 de 2009
10 y 39 a.m.

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