sábado, 20 de marzo de 2010

Patocracia








Una “patocracia” es un sistema de gobierno creado por una minoría patológica (por psicópatas) que toma control de una sociedad de personas normales.

La patocracia es una enfermedad de grandes movimientos sociales seguidos por sociedades enteras, así como naciones e imperios. Durante el transcurso de la historia de la humanidad, ha afectado a movimientos sociales, políticos y religiosos, al igual que a las ideologías que la acompañan… Y los ha convertido en caricaturas de ellos mismos… Esto ocurrió como resultado de… la participación de agentes patológicos en un proceso patodinámico similar. Esto explica porqué todas las patocracias del mundo son, o han sido, tan similares en sus propiedades esenciales.

… Identificar estos fenómenos a lo largo de la historia y calificarlos adecuadamente según su verdadera naturaleza y contenidos – y no según la ideología en cuestión, la cual sucumbió al proceso de caricaturización – es un trabajo de historiadores.

Las acciones de la patocracia afectan a la sociedad entera, comenzando por los líderes e infiltrándose en cada pueblo, negocio e institución. La estructura social patológica cubre gradualmente todo el país, creando una “nueva clase” dentro de la nación. Esta clase privilegiada [de patócratas] se siente permanentemente amenazada por los “otros”, es decir, por la mayoría de la gente. Andrew M. Lobaczewski, Ponerología Política. Una ciencia de La Naturaleza del Mal ajustada a Propósitos Políticos (Political Ponerology. A Cience of the Nature of Evil adjusted forPolitical Purposes)



Comenzamos con una historia que Lobaczewski relata sobre su primer encuentro con la patocracia, cuando era estudiante en la universidad. Su primera idea es que el estudio del comportamiento patocrático debe ser realizado libre de toda interpretación moral del tipo de las que se utilizan frecuentemente para comprender el mal. Se debe estudiar del mismo modo en que un biólogo estudia la naturaleza:

De joven leí un libro acerca de un naturalista que paseaba a través de tierras vírgenes en la cuenca amazónica. En un momento, un animalito cayó de un árbol encima de su nuca, arañando dolorosamente su piel y chupándole la sangre. El biólogo lo sacó cuidadosamente –sin rabia, ya que esa era su manera de alimentarse– y procedió a estudiarlo minuciosamente. Este cuento trajo sorprendentemente a mi mente aquellos tiempos muy difíciles en los que un vampiro caía sobre nuestros cuellos, chupándole la sangre a una nación infeliz.

La actitud de un naturalista –que trata de rastrear la naturaleza de fenómenos macro-sociales a pesar de la adversidad– aseguró una cierta distancia intelectual y una mejor higiene psicológica, aumentando también ligeramente la sensación de seguridad y suministrando una premonición de que este mismo método podía ayudar a encontrar una solución creativa. Esto requería controlar los reflejos naturales y moralizantes de revulsión y otras emociones dolorosas que este fenómeno provoca en cualquier persona normal cuando la priva de su alegría de vivir y de su seguridad personal, arruinando su propio futuro y el de su nación. La curiosidad científica se convierte en un aliado fiel durante tales tiempos.

En el siguiente relato deja en claro la importancia de mantener un punto de vista objetivo:

Que el lector imagine, por favor, una sala muy grande en algún antiguo edificio gótico de una universidad. Muchos de nosotros nos reuníamos allí al comienzo de nuestros estudios para escuchar las clases de filósofos sobresalientes. El año que precedió a nuestra graduación, fuimos arrastrados allí para escuchar las clases de adoctrinamiento que habían sido introducidas recientemente. [Bajo el nuevo régimen comunista], [a]lguien que nadie conocía apareció detrás del atril y nos informó que iba a ser nuestro profesor a partir de ese momento. Su discurso era fluido, pero no tenía nada de científico: no distinguía conceptos científicos de los utilizados a diario, y trataba ideas dudosas como si fueran conocimiento indiscutible. Nos inundaba noventa minutos por semana con paralogísticas ingenuas y presuntuosas y con una visión patológica de la realidad humana. Nos trataba con desprecio y con un odio no muy bien controlado. Dado que burlarse podía traer consecuencias horrorosas, teníamos que escuchar atentamente con la mayor gravedad.
Los rumores no tardaron en dejar al descubierto el origen de esta persona. Había llegado de un suburbio de Cracovia y había ido a la escuela superior, aunque nadie sabía si se había graduado. De cualquier forma, esta era la primera vez que atravesaba los portales de la universidad, ¡y como profesor, además! […]
Después de dicha tortura mental, llevó mucho tiempo para que alguien rompiera el silencio. Estudiábamos por cuenta propia, ya que sentíamos que algo extraño se había apoderado de nuestras mentes y que se estaba perdiendo definitivamente algo muy valioso. El mundo de la realidad psicológica y los valores morales parecían estar suspendidos como en una niebla escalofriante. Nuestro sentimiento humano y la solidaridad estudiantil perdieron su sentido, del mismo modo que el patriotismo y nuestros criterios establecidos desde hacía tiempo. Entonces nos preguntamos unos a otros: “¿Ustedes también están atravesando por esto?” Cada uno experimentaba a su manera esta preocupación acerca de su propia personalidad y porvenir. Algunos respondían en silencio a las preguntas. La profundidad de estas experiencias resultó ser diferente para cada individuo.
Entonces nos preguntamos cómo podíamos protegernos de los resultados de este “adoctrinamiento”. Teresa D. hizo la primera sugerencia: pasemos un fin de semana en las montañas. Funcionó. En compañía agradable, con un poco de bromas, y luego el agotamiento, seguido por un sueño profundo en un refugio, y nuestras personalidades humanas regresaron, aunque con ciertas reminiscencias. El tiempo también demostró crear una suerte de inmunidad psicológica, si bien no con todos. Analizar las características psicopáticas de la personalidad del “profesor” se convirtió en otra manera excelente de proteger nuestra propia higiene psicológica.
Ya puede imaginar nuestra preocupación, desilusión y sorpresa cuando algunos colegas que conocíamos bien comenzaron de repente a cambiar su visión del mundo; sus patrones de pensamiento nos recordaban además el parloteo del “profesor”. Sus sentimientos, que recientemente habían sido amistosos, se volvieron notablemente más fríos, si bien aún no hostiles. Argumentos benévolos o críticos por parte de estudiantes les rebotaban. Daban la impresión de poseer algún tipo de conocimiento secreto; para ellos éramos tan sólo sus antiguos colegas, creyendo todavía en lo que los profesores de otros tiempos nos habían enseñado. Teníamos que ser cuidadosos con lo que les decíamos.
Poco después nuestros antiguos colegas se alistaron en el Partido [Comunista]. ¿Quiénes eran? ¿De qué grupos sociales provenían? ¿Cómo y por qué habían cambiado tanto en menos de un año? ¿Por qué ni yo ni la mayoría de mis compañeros sucumbimos a este fenómeno y proceso? Muchas preguntas como éstas afloraban en nuestra mente en ese entonces. Aquellos tiempos, preguntas y actitudes hicieron surgir la idea de que este fenómeno podía ser entendido objetivamente, una idea que fue cristalizando con el tiempo. Muchos de nosotros participamos en las observaciones y reflexiones iniciales, pero la mayoría se desmoronó al enfrentarse directamente con problemas materiales o académicos. Sólo quedamos algunos; así que es posible que el autor de este libro sea el último de los mohicanos.
Fue relativamente fácil determinar el origen de la gente que sucumbió a este proceso, que entonces llamé “transpersonificación”, así como el ambiente en que se hallaban. Provenían de todos los grupos sociales, incluyendo familias aristócratas y fervientemente religiosas, y provocaron una ruptura en nuestra solidaridad estudiantil del orden de aproximadamente un 6%. La mayoría restante sufrió diferentes grados de desintegración de la personalidad que trajeron como consecuencia la realización de esfuerzos individuales en busca de los valores necesarios para volver a encontrarse consigo mismos; los resultados fueron variados y a veces creativos.
Incluso entonces, no teníamos duda alguna acerca de la naturaleza patológica de este proceso de “transpersonificación”, el cual transcurría de manera similar pero no idénticamente en todos los casos. La duración de los resultados de este fenómeno también variaba. Algunas de estas personas se convirtieron luego en fanáticos. Otros, más tarde, aprovecharon las distintas circunstancias para retirarse y restablecer los vínculos perdidos con la sociedad normal. Fueron remplazados. El único valor constante de este nuevo sistema social era el mágico número 6%.
Intentamos evaluar el nivel de talento de aquellos colegas que habían sucumbido a este proceso de transformación de la personalidad, y llegamos a la conclusión de que en promedio, era ligeramente inferior a la media de la población estudiantil. Su menor resistencia residía obviamente en otros rasgos bio-psicológicos que eran muy probablemente cualitativamente heterogéneos.
Tuve que estudiar temas bordeando la psicología y la psicopatía para lograr responder a las preguntas que surgían de nuestras observaciones; la negligencia científica en estas áreas demostró ser un obstáculo difícil de vencer. Al mismo tiempo, alguien guiado por un conocimiento especializado al parecer vació las bibliotecas de todo lo que podríamos haber encontrado sobre el tema. […]
Si analizamos ahora minuciosamente estas recurrencias, podríamos decir que el “profesor” estaba colgando un cebo por encima de nuestras cabezas, basado en el conocimiento psicológico específico de los psicópatas. Supo de antemano que sería capaz de pescar individuos susceptibles, pero su limitado número lo desilusionó. El proceso de transpersonificación tomaba el mando generalmente cuando el substrato instintivo de un individuo estaba marcado por una cierta palidez o algunos déficits. En un menor grado, también funcionaba con gente que manifestaba otras deficiencias, y el estado provocado en su interior también era parcialmente temporal, ya que constituía mayormente el resultado de una inducción psicopatológica.
Este conocimiento acerca de la existencia de individuos susceptibles y de cómo trabajar con ellos continuará siendo una herramienta para la conquista del mundo mientras tanto siga siendo el secreto de “profesores” así. Cuando se convierta en una ciencia popularizada competentemente, ayudará a las naciones a desarrollar una inmunidad. Pero ninguno de nosotros sabía eso en aquel momento.
Sin embargo, debemos admitir que al demostrar las propiedades de la patocracia de tal manera que nos forzó a una experiencia profunda, el profesor nos ayudó a entender la naturaleza del fenómeno en una mayor escala que muchos otros verdaderos científicos que participaron de algún modo u otro en este trabajo. [Andrej Lobacwezski, Political Ponerology, A Science on the Nature of Evil Adjusted for Political Purposes (Ponerología política: una ciencia de la naturaleza del mal ajustado a fines políticos), Red Pill Press, 2006]
Este fragmento presenta la esencia del problema patocrático: su carácter organizado y consciente de sí mismo, la capacidad de ciertos individuos con trastornos mentales para manipular, controlar y hasta un cierto grado hipnotizar a los demás con sus palabras y carisma, incluyendo el “conocimiento especial” que tienen sobre los individuos normales, no patológicos, y su capacidad para influenciar y adoctrinar a un cierto porcentaje de individuos y ponerlos bajo su dominio. En otros capítulos del libro, Lobaczewski habla de otro sector de la población, que forma aproximadamente un 12%, y que crea una alianza con los patócratas, aumentando el porcentaje total de individuos “ponerizados” a alrededor del 20%, una cifra que le otorga a la patocracia miembros más que suficientes como para controlar por completo el gobierno, los negocios, la justicia y los medios.








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